Primer vector: Marichuy o la otra voz
“Nuestra pálida Razón nos oculta el infinito
Queremos mirar
La duda nos castiga”
Arthur Rimbaud
La postulación el 28 de mayo de 2017 en la Universidad de la Tierra (CIDICI) de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, de María de Jesús Patricio Martínez más conocida como Marichuy por parte del Congreso Indígena de Gobierno (CNI) y de su Concejo indígena de Gobierno (CIG) para ser su vocera en el proceso electoral del pasado 1 de julio del 2018 fue una profunda ruptura en la historia de nuestro país, por lo menos por tres vectores principales, el primero tiene que ver con su perfil de mujer, indígena y originaria de la comunidad de Tuxpan, en el occidente del Estado de Jalisco en México.
En un país donde los valores culturales gravitan en lo patriarcal, en las discriminaciones ancestrales y en el racismo arraigado en la vida social este simple hecho ya contiene una alta capacidad disruptiva y transformadora. Por eso para la mayoría de los medios de comunicación fue una sorpresa porque el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) quien propuso al CIG tener una precandidatura indígena abandono la postura tradicional de no participar en procesos electorales federales.
Ese giro táctico movió el tablero político agotado y acotado en las opciones electorales tradicionales entre el bloque de las derechas en alianza a la “izquierda” neoliberal, el desgaste del bloque oficial en el poder y la irrupción de una fuerza política nueva a partir de una simpatía creciente a favor de la figura de un caudillo.
Esas opciones electorales tradicionales no reflejaban la pluralidad política y social de nuestro país. Más aún ocultan la existencia de un movimiento social que se expresa en una multiplicidad de rostros y expresiones políticas e ideológicas pero que tienen un denominador común y una misma cadena de equivalencias en la búsqueda de los derechos sociales, en la lucha contra los megaproyectos o en la defensa de las tradiciones comunitarias.
El cambio del CIG y el EZLN y la propuesta de la precandidatura de Marichuy motivo una reacción discriminatoria, principalmente, de los grupos políticos de la derecha y medios oficiales de comunicación. Esta campaña incluyo las voces de algunos intelectuales como John Ackerman quien, de manera estridente, en su video columna “La batalla por México” simplifico la propuesta de Marichuy y dijo: “Quizás, este cambio de táctica de parte del ejercito zapatista podría implicar la misma estrategia de siempre de dividir a la izquierda con la finalidad de negociar con el poder para dejar las cosas tal y como están”
El historiador Lorenzo Meyer en un tono más conmiserativo, en entrevista con Mardonio Carballo en el programa ConversAfondo aseveró: “vienen de atrás, de mucho más atrás que eso, y buscan una forma de vida que no corresponde a los partidos tradicionales están pidiendo, a lo mejor, la utopía que persiguen es muy distinta,….la utopía de una vida comunitaria afuera del capitalismo… es otra cultura y se está extinguiendo…viven muy en su mundo y es un mundo muy acotado…”
En síntesis la izquierda light y Christian Dior miró con suspicacia, recelo y reserva que una mujer pobre e indígena se atreviera a ser vocera y precandidata a las elecciones federales. Mi reflexión es que en los propios espacios de esas «izquierdas» partidarias existe la contradicción entre lo que se enuncia y lo que se hace, entre lo meramente discursivo que puede ser incluyente y una práctica real donde el clasismo, los grupos de interés, las castas, el racismo cultural y la cultura política piramidal determinan la preferencia entre quien, finalmente, es o pude ser candidato.
La irrupción de liderazgos auténticos por la vía interna de los partidos o por el camino abierto de las candidaturas independientes, entran en contradicción con las tradiciones verticales y autoritarias en los propios espacios de la izquierda partidaria. Los argumentos formales siempre han sido los mismos para aplazar la democracia interna: “es un desgate” “nos divide” esos son los caballitos de batalla para desaminar, bloquear o impedir la verdadera la participación democrática, popular, ciudadana.
Por el contrario, la experiencia de Marichuy es un ejemplo de un ejercicio democrático de alta calidad -(ejercicio de democracia formal/representativa, ejercicio de democracia participativa y ejercicio de democracia comunitaria)- que ningún precandidato oficial o los “independientes” oficiales puede presumir o demostrar.
La legitimidad, la fuerza ética y el ejemplo democrático de la campaña o llamado para organizarse “votes o no votes organízate” del CNI y el EZNL a través de su vocera más que el “huevo de la serpiente” fue y es la semilla de oro para una transformación real de nuestro país a partir de una cultura democrática que predica desde y con el ejemplo. Una transformación del escenario actual de profunda injusticia y desigualdad pero desde la propia iniciativa de organización de los abajo y excluidos.
Segundo vector: por una democracia con sustantivos
El segundo vector tiene que ver con la concepción fosilizada, limitada y mafiosa de la democracia de la clase política en su conjunto. En la actualidad no hay un camino abierto para que las opciones verdaderamente ciudadanas puedan llegar a postularse a puestos de elección popular por parte o a través de los partidos políticos registrados. Porque, hasta ahora, las formas de elección interna tienen que ver con formas políticas obsoletas, verticales e incluso delincuenciales en menoscabo con formas políticas de elección verdaderamente democráticas, participativas e incluyentes.
Las listas a modo, digitalizadas, las tómbolas, las encuestas misteriosas, la compra de candidaturas con dinero licito o ilícito, las recomendaciones personales, las cuotas de grupo, las castas y familias políticas mantienen sus intereses y bloquean e impiden el acceso al poder público y limitan la voluntad individual o colectiva favorable a un impulso democrático popular, impulso creciente que está en la sociedad mexicana pero no en la voluntad de una clase política enquistada en sus propios intereses.
En sentido contrario, la aparición pública de Mari chuy proporcionó un significado político e histórico radicalmente distinto, porque es designada vocera del CIG y del CNI como parte de un proceso histórico de organización social que tiene que ver con la fundación en 1996 del Congreso Nacional Indígena que en su etapa actual y mediante un proceso interno plenamente democrático, popular, participativo y comunitario mandata a María de Jesús Patricio Martínez Marichuy como su vocera en el proceso preelectoral el 2018.
Esta designación o mandato de Marichuy por parte del CNI fue un acto inédito para la cultura democrática de nuestro país; porque ella fue electa dentro de un ejercicio de elección interna a partir de una forma política organizativa muy avanzada y desconocida para el propio sistema tradicional de partidos.
Fue un ejercicio democrático formal -(elección interna para una precandidatura a las elecciones presidenciales del 2018)-, pero, al mismo tiempo, fue un ejercicio ampliado de democracia participativa y popular porque conto con la participación de sus bases de apoyo. Una muestra anticipada de las potencialidades de una democracia en su sentido comunitario y plebeyo.
Si bien, Marichuy no llego a la boleta en las pasadas elecciones presidenciales ello no significó una derrota, ya que el objetivo, se dijo desde el principio no era tomar el poder, sino visibilizar y organizar a los pueblos originarios; la campaña de firmas por Marichuy mostró una forma otra de hacer política en México, un despliegue organizativo que va desde el segmento de los pueblos originarios que integran al CNI pero que irradio simpatía y adhesión a muchos otros sectores de la población mexicana.
El CNI, el CIG, las redes de apoyo a Marichuy, el EZLN, la Sexta y otras organizaciones acompañantes pusieron en práctica una nueva táctica organizativa que consistió en salir de su núcleo duro de simpatizantes y apelar a un dialogo más abierto con diversos sectores de ciudadanos, sobre todo, con segmentos urbanos más proclives a la participación electoral y más habituados a los referentes de una democracia representativa y formal. Conectarse con una amplia mayoría ciudadanía descontenta, cada vez más, de los megaproyectos de muerte, de la crisis de los derechos humanos, de la crisis de representación de una clase política rapaz y del fracaso del proyecto neoliberal de cuates en México.
De ahí la molestia y la incomodidad de muchos seguidores de la candidatura de López Obrador. Molestia que incluye a integrantes de las izquierdas oficiales, académicas y descafeinadas. Esa molestia se dio porque Marichuy no llega a la boleta, es cierto, empero por obstáculos tecnológicos en sus bases de apoyo, por el diseño altamente discriminatorio de las elecciones, por la falta de logística y experiencia electoral, por la falta de recursos económicos entre otras cosas, pero nunca por falta de simpatizantes ni adhesiones a su proyecto de lucha indígena. Marichuy fue y es un referente simbólico, ético y político que despertó una amplia adhesión en diversas capas de ciudadanos mexicanos que reclaman un cambio auténtico en la vida pública de nuestro país.
La campaña a favor de la candidatura de Marichuy en este 2018 mostro la potencialidad de una fuerza organizativa y visibilizo la necesidad de un proyecto alternativo fuera del sistema tradicional de partidos, y de la clase política mexicana. Mostró la creatividad y la capacidad organizativa de los de abajo para crear formas organizativas propias y formas políticas inéditas. Lo más importante, la capacidad de articular una narrativa original, una palabra propia que expresa una voz común y emancipadora.
El significado profundo de esa ruptura consiste en el mensaje político enviado por el CNI a otros bloques populares y ectantes de la sociedad. Los de abajo, los pobres y sectores más olvidados de nuestra historia, desde la conquista por parte del Imperio Español hasta los marginados del neoliberalismo actual, rompen en el discurso y en la acción con el cordón umbilical, la subordinación histórica y tradicional de las clases dominantes y privilegiadas con el monopolio de poder político, económico, financiero, mediático.[1]
Es decir con el poder hacendario patrimonial histórico. Con ese poder, ilegal e ilegitimo cuya esencia más violenta y simbólica radica en la apropiación de todo lo que su mirada pueda alcanzar. El Congreso Nacional Indígena, el Consejo Nacional Indígena por medio de su vocera Marichuy expresan y ratifican un no definitivo a ese poder hacendario histórico patrimonial.
Más aún, desde el periodo la conquista, el nacimiento y desarrollo del México independiente, el Porfirito, la Revolución Mexicana, la posrevolución del siglo veinte, el llamado periodo estabilizador y el periodo neoliberal por primera vez, los de abajo y los más discriminados levantan su voz, quieren ser protagonistas de su historia, no quieren un mejor gobierno sino ser su propio gobierno.
Esa es la razón plebeya el conflicto inevitable de los de abajo con los de arriba, de los intereses entre los que ocupan la amplia base de nuestra pirámide social y una minoría rapaz, depredadora, oligárquica. Como en la alegoría de Platón los de abajo quieren mirar arriba y descubren la posibilidad de otro mundo. Ante la obscenidad, la frivolidad y la inmoralidad de esa minoría que entrega la riqueza nacional al extranjero los de abajo deciden luchar, organizarse, analizar su realidad, compartir su palabra y ampliar sus alianzas. Marichuy es el referente simbólico que condensa esas rebeldías.
El consenso pasivo de los de abajo se empieza agrietar en México. Por eso su rebeldía no quiere ser individual sino colectiva. Ahí está su proceso de emancipación y liberación. Su radicalidad y la naturaleza de un cambio profundo que marcará y dará cauce a las nuevas configuraciones sociales y referentes de la historia social en México.
Tercer Vector: la insubordinación de los de abajo.
Un tercer vector de la ruptura que significa la aparición de Marichuy en la vida pública de México no es menos profundo que los dos anteriores, lo es porque su participación en el pasado proceso electoral significó la irradiación de una nueva perspectiva histórica de nuestro país.
Perspectiva u horizonte que surge a partir de una inédita voluntad colectiva, popular, des-tituyente de la envejecida representación de los de arriba y constituyente de un nuevo modelo de representación que los incluya. Esa es la voz de los de abajo que ya no quieren estar abajo y pasar de la subordinación tradicional, de la abdicación histórica de su propio destino a la construcción de una idea alternativa de la democracia, de la práctica política colectiva y de la construcción de una forma organizativa otra.
Un México diferente es posible, donde una mayoría excluida e invisible ocupe la centralidad en la toma de decisiones de soberanía nacional, en la construcción de poder alternativo, en la defensa de los derechos sociales y en la construcción de un modelo alternativo de país.
Ese es el horizonte utópico alternativo y la opción concreta de lucha organizada en la plaza comunitaria, en la calle, en la universidad; por la defensa de la tierra, el agua, de las montañas, los árboles, la vida. Es la opción de un gobierno otro; autonomía, auto organización colectiva comunitaria, social, participativa, deliberativa. Son elementos fundamentales de esa nueva voluntad a favor de lo social, lo colectivo y de lo universal.
Frente al relato conservador y el canon revolucionario propio de las izquierdas que heredamos del siglo veinte, la otra izquierda -(la auténtica y necesaria)- se mueve, resiste, sobrevive en el mapa trazado por los movimientos sociales y bloques populares, en los espacios abiertos por las resistencias comunitarias, urbanas, estudiantiles, sindicales, barriales o en las movilizaciones ciudadanas por la justicia contra el feminicidio, las desapariciones forzadas o la libertad de los presos políticos.
A pesar de la narrativa de los grandes poderes comunicacionales, ahí está esas otra izquierda social manifestada en cada movilización o protesta callejera, en las redes ciudadanas que se reúnen a partir de la solidaridad y en la memoria colectiva y sus fechas simbólicas: 2 de octubre, 10 de junio o un 26 de septiembre, en las irrupciones estudiantiles y su capacidad para cuestionar a las autoridades.
El CNI fundado 1996 es parte de esos múltiples rostros de los movimientos sociales. No es todo el movimiento social pero si concentra las voces de los más olvidados y excluidos de la historia oficial. La voz de los sin voz, el rostro cubierto o descubierto de los que no tienen quien los mire ni escuche.
Una flor en el jardín de la rebeldía
♣
Marichuy es una mujer indígena, médica tradicional, integrante y vocera del Concejo Indígena de Gobierno que a su vez es parte del Congreso Nacional indígena (CNI). A partir de una consulta con sus bases y de un proceso amplio de reflexión y decisión colectiva, orientados por los siete principios que comparten con el EZLN y desde un profundo sentido de comunidad propio del pensamiento indígena, la mandataron para ser su vocera dentro del proceso electoral pasado.
Este mandato parte y expresa la fuerza de un feminismo comunitario e indígena que en los momentos más difíciles de la lucha social ha salido al frente de varias movilizaciones. En ese marco cultural e histórico y en las propias coordenadas del pensamiento indígena es cómo podemos entender plenamente el significado de lo que fue esta iniciativa.
Marichuy es una voz que representa muchas otras voces, es la voz de las mujeres indígenas que luchan en la defensa de su territorio, su cultura y sus comunidades; es la palabra de los pueblos originarios, al mismo tiempo, la voz de las mujeres que luchan contra la discriminación ancestral y patriarcal en sus propias comunidades y espacios de lucha: “…pues hay hombres que se sienten dueños de las mujeres. Esta ya es mi esposa y ya no le vuelve a hablar a nadie… Hay mucho alcoholismo y golpean a las mujeres” nos recuerda Guadalupe Vázquez Luna, Concejala tzotzil de Acteal, Chiapas.[2]
Es la voz de las mujeres indígenas que expresan la necesidad de proteger las tierras comunales de la depredación y la invasión de los buitres trasnacionales que destruyen los ejes de su cultura comunitaria. La voz de Marichuy y las de las otras mujeres del Consejo Indígena de Gobierno – (Roció Moreno, Guadalupe Vázquez, Osbelia Quiroz, Bettina Cruz, Magdalena García, Maricela Mejía entre muchas otras)-, es la irrupción de una voz por la defensa de la vida, el agua y los recursos naturales.
Una voz por lo común que tiene la fuerza de una narrativa otra, de una racionalidad diferente y alternativa contra y frente a la normalización de la catástrofe medioambiental, contra una racionalidad destructiva y autodestructiva que asume el progreso como dogma y fe: “…vienen a terminar el trabajo llegando a las entrañas al territorio, destruyendo a nuestra madre tierra con las minas, los gasoductos, las termoeléctricas, con estas plastas de cemento que son las autopistas…”[3] apunta Osbelia Quiroz luchadora y defensora de las tierras comunales de Tepoztlán.
La fuerza de esa voz se da en el maridaje feliz entre lo individual y lo colectivo. Es una reacción contra el sentido neoliberal. Y la producción de un nuevo sentido a favor del bien común dentro de un cuidado medio ambiental. La voz de las mujeres indígenas es una voz a favor del derecho a la vida y contra el modelo depredador que saquea al país, destruye territorios, envenena lagos y ríos: esa es la voz de Marichuy y demás mujeres del consejo indígena de gobierno.
Una voz
radical, de los de abajo y de una izquierda de necesidades urgentes. Que muestra
que un México distinto es posible. Menos injusto, con menos pobres y
discriminados. La voz de los sin voz. Es el otro México, la voz de un país
profundo que, por un momento, a través de la experiencia histórica y del andar
de Marichuy, vislumbró el principio de esperanza, una utopía difícil pero
factible, un horizonte alternativo de país que los incluya, reconozca y
encuentre.
[1] Para una reflexión más amplia de este argumento, véase mi ponencia “Cartas a un joven revolucionario” presentada en el Foro reflexivo: Perspectivas de la lucha de clases en el 2018, Puebla, 2017. Disponible en victoriarule.blogspot.
[2] Gloria Muñoz Ramírez, Flores en el desierto, mujeres del Consejo Indígena de Gobierno. México, 2018.
[3] Ibíd.